miércoles, 15 de julio de 2015


La economía del siglo XXI







A los economistas se les ha ridiculizado por haber sido incapaces de prever cambios trascendentales en el paisaje financiero y no haber advertido las señales de una catástrofe repentina del mercado de valores. Pero ahora, en los primeros años del tercer milenio, han surgido cuestionamientos más básicos que afectan los cimientos mismos de la disciplina: resulta demasiado difícil ignorarlos.

El primero es el hecho de que sus doctrinas clave, las que encarnaron John Maynard Keynes y Milton Friedman, fueron probadas hasta hacerlas añicos a lo largo del siglo XX, con frecuencia con resultados desagradables.

El segundo es un problema más básico. Desde los primeros días de la disciplina, la economía ha confiado más o menos en la idea de que los seres humanos se comportan de forma racional, a saber, que siempre actúan buscando su propio beneficio y que el conjunto de esas acciones, en un mercado que funcione plenamente, hará a la sociedad más próspera.

Sin embargo, esto no explica por qué las personas con tanta frecuencia toman decisiones que a todas luces van en contra de su propio interés. Una muerte prematura no beneficia a nadie, pero a pesar de todo la información disponible acerca de los peligros de la obesidad y el cáncer de pulmón, la gente continúa fumando y comiendo alimentos ricos en grasas. Argumentos similares se han planteado a propósito del cambio climático y la polución provocada por el hombre.

Nuevas disciplinas como la economía del comportamiento han revelado que la mayor parte del tiempo las personas toman sus decisiones basándose no en lo que más les beneficia, sino en la heurística (reglas generales fruto de su propia experiencia) o por imitación.

Un enfoque ecléctico
A la luz del hecho de que las personas no siempre actúan de forma racional, es probable que en el futuro los legisladores adopten una perspectiva más paternalista. De hecho, por ejemplo, existen ya propuestas para que se regule el mercado hipotecario de manera más rigurosa de modo que a los consumidores les resulte menos fácil tomar decisiones que vayan en contra de sus intereses a largo plazo.

La economía se encuentra en un proceso de evolución que plantea un cambio radical de perspectiva: de una fe casi ilimitada en la capacidad de los mercados para decidir el mejor resultado se camina hacia una disciplina que cuestiona precisamente que los mercados siempre tengan esa capacidad. Como la novela moderna, que en lugar de limitarse a un único discurso, escoge con eclecticismo entre una variedad de estilos diferentes, la economía del siglo XXI habrá de elegir elementos del keynesianismo, el monetarismo, la teoría de los mercados racionales y la economía del comportamiento para crear una nueva fusión.

El malestar hipotecario
La economía convencional da por sentado que las personas tienen la habilidad para seleccionar el producto que mejor se adecua a sus intereses a pesar de la complejidad de esta tarea. Que este supuesto carecía de validez lo demostró el auge de los mercados inmobiliarios de comienzos del siglo XXI.

Muchas familias que no tenían una posición acomodada aceptaron hipotecas sin darse cuenta de que, cuando terminaran los años de tipos de interés bajos, sus amortizaciones mensuales se dispararían repentinamente a niveles que no estarían en condiciones de pagar. Los economistas convencionales no previeron la escala del descalabro que se produciría a continuación, en parte porque no consiguieron advertir que la gente estaba tomando decisiones visiblemente irracionales que en última instancia les llevaría a perder sus hogares.




Información tomada del libro "50 Cosas que Hay que Saber Sobre Economía", de Edmund Conway, Ed. Ariel.

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